Cuando aún era de día y había luz, Adolfo Quiñónez hizo una pausa en su rutina de maquinear y soltó uno que otro sollozo mirando a un niño a la distancia. “Que no sea como yo, un esclavo de esta abacalera”, dijo y le hizo un gesto al pequeño Leandro. Fragmento de “Los esclavos invisibles del abacá”.
Desde 1963, la empresa japonesa Furukawa ha sometido a condiciones de esclavitud a cientos de familias, en su mayoría afroecuatorianas. Al menos tres generaciones han nacido en esos espacios lúgubres, sin servicios básicos e indignos, por los que, además, deben pagar.
En las haciendas, han vivido y trabajado niñas, niños, jóvenes y hasta adultos mayores que ni siquiera han accedido a una inscripción de nacimiento. Es decir, legalmente, no existen.
Según el MIES, de un registro de 294 familias en las haciendas (que no son la totalidad), el 81% están en situación de extrema pobreza (238 familias), el 17%, en condición de pobreza (50 familias), y sólo el 2% estarían por encima de la línea de pobreza (6 familias). Además, el analfabetismo es casi absoluto.
El ciclo de esclavitud continúa, porque no han tenido otra opción de vida y porque el Estado ecuatoriano, pese a que conoció el caso hace más de un año, negoció con la empresa y ha permitido que siga operando impunemente.
Exigimos al Estado justicia, reparación integral y el cierre de la empresa Furukawa.
Firma para que el ciclo de esclavitud pare ¡YA! AQUÍ.
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